Capitulo 1 - Rumbo al Dakar: una travesía con sabor a aventura (y descoordinación)
PH: A.S.O./C. López
Como cada enero, un grupo de periodistas latinoamericanos partimos hacia Arabia Saudita, listos para cubrir una nueva edición de la prueba más desafiante del mundo: el Dakar. Desde nuestros países de origen volamos hasta Barcelona, punto de encuentro para iniciar juntos la travesía. Allí, abordamos un vuelo chárter con destino a Bisha, haciendo una escala inesperada y curiosa en El Cairo.
La aerolínea local encargada del trayecto nos sorprendió desde el inicio con su particular estilo. En El Cairo, un cambio de tripulación nos tuvo esperando en tierra por 40 minutos, tiempo suficiente para que nos preguntáramos si realmente estábamos listos para enfrentar la organización del rally más famoso, después de lidiar con la logística aérea más desconcertante.
Durante el vuelo, nos tocó recibir el Año Nuevo. A la cuenta regresiva siguió un brindis improvisado, no con champán, sino con agua y gaseosas. Aunque la atmósfera festiva de los pasajeros intentaba compensar, la falta de preparación de la tripulación era evidente. Entre pedidos extraviados y rostros confusos, la descoordinación fue la gran protagonista de la celebración en las alturas.
El servicio de comida a bordo fue digno de un relato surrealista. En la merienda nos sirvieron un plato caliente con opciones saladas y dulces, acompañadas de frutas de estación. Sin embargo, cuando llegó la hora de la cena, el menú incluyó una selección ligera más propia de la hora del té: panecillos con manteca y queso, además de un sándwich de pollo. Fue como si las etiquetas del horario hubieran sido intercambiadas en un juego de cartas. Por si fuera poco, las bebidas solo llegaron al final del servicio, desdibujando aún más cualquier intento de orden gastronómico.
Al aterrizar en Bisha, el contraste cultural se hizo presente de inmediato. Un grupo de militares nos recibió en el aeropuerto, y los trámites de entrada incluyeron una advertencia rigurosa sobre el uso de cámaras. Cualquier intento de fotografiar o grabar fue rápidamente interceptado con órdenes precisas: borrar las imágenes al instante y vaciar también la papelera del dispositivo. No había espacio para la improvisación en este territorio, y nuestra primera lección fue clara: aquí, las reglas no se negocian.
Con nuestras credenciales listas y los recuerdos de un vuelo caótico aún frescos, nos dispusimos a enfrentar la verdadera aventura: seguir cada kilómetro del Dakar, una prueba que, aunque exigente, probablemente estará mejor organizada que el trayecto que nos trajo hasta aquí.